En esta ocasión, el libro autopublicado que les compartiré es un Thriller romántico, concursante al Premio Literario Amazon 2018, llamado "R.R.R. y la decisión de Elsa", del que la autora M.G. Pineda ha decidido compartirnos un fragmento del libro.
Disfruten y recuerden apoyar a los Escritores Autopublicados (para unirse a la iniciativa las bases están en este enlace), y si quieren leer más, compren una copia del libro.
Es Navidad en Roma. Elsa ha tomado la decisión de abandonar a Taylor, lo que va a lamentar
muy pronto. Llega a Nápoles para trabajar en una ONG. Allí es raptada por una mafia de trata de blancas. El jefe, se la lleva a su castillo para utilizarla y exhibir su belleza como cebo para atraer a grandes personalidades.
Su vida se ve envuelta en una espiral de mala suerte. Elsa llora su desdicha, piensa en su equivocación de haber tomado aquella decisión. Sola y encerrada, nadie puede ayudarla y piensa en Taylor, dándose cuenta que él no sabe dónde está y lo único que puede sentir es odio y enfado, por haberse alejado de él sin motivo.
Su vida se ve envuelta en una espiral de mala suerte. Elsa llora su desdicha, piensa en su equivocación de haber tomado aquella decisión. Sola y encerrada, nadie puede ayudarla y piensa en Taylor, dándose cuenta que él no sabe dónde está y lo único que puede sentir es odio y enfado, por haberse alejado de él sin motivo.
Las esperanzas se desvanecen, cuantos más meses pasan de su secuestro y en la soledad de su prisión, a la espera de un fatal desenlace.
Detalles del producto
📑Formatos y precio: Kindle (2,99€)/tapa blanda (13€)
📑Longitud de impresión: 180
📑Vendido por: Amazon Media
📑ASIN: B07F6F724L
📑Enlaces de compra: Amazon
El
reloj de la entrada marcaba las siete de la tarde de otra Navidad. Lo había
preparado todo con sumo cuidado, como su vestido negro de seda. De todas las
gargantillas, había elegido la de perlas, que se mantenían brillantes como el
primer día que llegaron a sus manos. Poco a poco, terminó de poner todos los
complementos sobre la cama. Se sentía nerviosa; no sabía si estaba haciendo lo
correcto. Aquella mañana lo había decidido: no quería pasar otra Nochebuena
sola. Le había llegado por Internet una propaganda de un restaurante llamado
Romeo, el único de la ciudad que se había especializado en cenas de Nochebuena
para personas solitarias. Había hecho la reserva.
Llegó
el momento esperado y comenzó a vestirse. Después de una hora, ya se daba los
últimos retoques. Elsa estaba preciosa. Sus cabellos negros lucían recogidos en
un moño desenfado, el vestido negro de seda le quedaba perfecto y, con sus
tacones altos, estaba muy elegante. Se puso un abrigo largo y negro, se miró al
espejo por última vez, con su dulce mirada de mar, y quedó satisfecha con lo
que veía.
Minutos
antes había pedido un taxi que la llevaría al restaurante Romeo. Viajando por
la ciudad, el taxi pasó junto al Coliseo. Elsa miró lo bonito que estaba en
Navidad, todo iluminado. Muy cerca, habían colocado un gran árbol de Navidad
con una bella estrella en su penacho que cambiaba de color a cada instante;
cientos de luces lo iluminaban.
El
taxi siguió su recorrido. Después de unos minutos, otro lo adelantó y se puso
delante; parecía que iba al mismo lugar. Elsa, desde la parte de atrás, miraba
hacia el frente al vehículo que la precedía. Dentro iba una sola persona. Por
un momento pensó si sería alguien como ella, que se encontraba sola y vacía;
cuando más se le notaba eran los días de Navidad.
Diez
minutos después, el taxi de Elsa llegó al restaurante, situado en una calle
amplia. Se paró frente a la puerta. La joven pagó y salió del vehículo, el cual
se alejó deprisa; quizá lo estaban esperando para la cena de Nochebuena. Elsa
se quedó parada, mirando el restaurante. Estaba todo iluminado con miles de
luces de colores. Dudaba si entrar o no, pero al final se decidió.
No se
había dado cuenta. En la acera había un joven bien vestido; había bajado del
taxi que la había adelantado. Ella pasó delante, dejándolo atrás, y entró en el
restaurante. Dentro ya se encontraban algunas personas, las cuales se suponía
que eran comensales. Dejó su abrigo en el guardarropa y luego observó el lugar.
Era grande. Tenía una entrada y, en ella, una barra pequeña para que las gentes
se tomaran una copa mientras esperaban para sentarse en las mesas. Por un
megáfono, se escuchó: «Buenas noches. Dentro de poco comenzaremos con la cena.
Mientras esperamos, sacaremos unos aperitivos, así que disfruten de la noche y
empiecen a romper el hielo».
En
eso, salieron los camareros con bandejas llenas de bebida y manjares selectos
en pequeñas porciones. Elsa se sentía observada por un hombre que la
contemplaba con una mirada penetrante. Se estaba poniendo nerviosa. Entonces,
se preguntó: «¿Qué hago yo en esta maldita fiesta de Navidad? ¿Me he dejado
llevar por mi soledad?».
Tomó
una cerveza, ya que en ese momento no había canapés, y escuchó la voz de aquel
hombre que la turbaba:
—Toma
este canapé. No bebas sin comer.
La
joven lo miró. Vio que era un hombre muy guapo, moreno, con el cabello
ligeramente ondulado y ojos claros, sin poder discernir si eran grises o de una
tonalidad verde. Su mirada era agradable.
—Gracias.
La verdad es que han sacado una bandeja y ha desaparecido; visto y no visto.
El
joven sonrió, mostrando una perfecta dentadura blanca, y se presentó:
—Me
llamo Taylor Saccaro.
—Elsa
Facciola.
—Encantado,
Elsa. Creo que vamos a pasar una noche inolvidable.
Se
dieron la mano mientras seguían llegando personas; posiblemente, más hombres
que mujeres, pero el restaurante se había encargado de emparejar a los máximos
posibles. De nuevo, llegaban los camareros con sus bandejas repletas de
cervezas, vinos y aperitivos. Pronto se hizo un corro de personas más afines y
atrevidas. Hablaban entre ellas a la vez que se conocían y rompían el hielo.
Elsa miraba a su alrededor. Pensó que le
gustaría salir de allí a toda prisa. ¿Qué hacía ella en aquella fiesta para
personas solitarias? En el fondo, se había arrepentido de su impulsividad en el
mismo momento de hacer la reserva de la cena.
El
joven le habló, haciendo que volviera a la realidad:
—¿Quieres
tomar una copa de vino o una cerveza?
—No,
gracias. Si bebo más, voy a terminar borracha antes de cenar.
—Me
gustaría verte borracha.
—No
suelo emborracharme. Si esta noche lo hago, será una excepción.
Ya
había en la sala unas treinta personas aproximadamente. Entonces, se escuchó
por el altavoz: «Por favor, vayan pasando al comedor y tomen asiento donde más
les guste. Lo importante es que se sientan cómodos. La cena está a punto de ser
servida».
La
gente ya había hecho amistad, y cada cual fue sentándose según su gusto con la
persona que estaba a su lado. En el ambiente se oyó una melodía agradable. Elsa
entró la última, acompañada de Taylor. Solo quedaban dos sitios libres en una
esquina de la última mesa, uno frente al otro; era una mesa alargada.
Taylor
no dejaba de observar a la joven, la cual se sentía nerviosa por aquella mirada
que parecía decirle: «Te deseo, y me gustaría echar un buen polvo contigo».
Ella bajó la mirada mientras los camareros llenaban las copas de vino tinto.
Un
comensal se levantó y propuso un brindis:
—Feliz
Navidad a todos por este momento de compañía tan agradable.
Todos
se levantaron y, unos a otros, se desearon Feliz Navidad. Taylor se acercó y le
dijo a Elsa, susurrándole al oído:
—Por
ti y por nuestra soledad. Espero verte otra vez. —Luego, se sentó en su sitio.
La
mesa estaba llena de aperitivos sabrosos que fueron ingeridos con rapidez.
Después, se escuchó una música que parecía una marcha. Salieron todos los
camareros de la cocina al ritmo de la música, que embriagó los corazones de
todos aquellos solitarios. Fue una agradable sorpresa para los comensales, que
veían con entusiasmo cómo llegaba el primer plato, el cual consistía en un lomo
de pescado acompañado con unas finas verduras en juliana. Y para beber, vino a
elegir entre blanco y rosado.
De
nuevo, la música sonaba a todo ritmo y los camareros salieron con dos platos,
uno en cada mano, deprisa, como si la melodía los poseyera. El segundo era
carne: un solomillo con salsa de vino Marsala con setas, y una especie de pasta
y judías verdes hechas manojitos con un cruzado de zanahoria.
Tras
el segundo plato, parecía que un grupo de camareros se había marchado junto con
los cocineros para cenar con sus familias.
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