Hoy es día de colaboraciones de los Escritores Erráticos (click aquí para las bases), así que les traigo un relato corto que me fue compartido desde hace tiempo, y aunque es un poco más largo de lo que inicialmente tenía contemplado para esta sección, después de leerlo, no podía dejar de compartirlo.
Admito que tuve que investigar el contexto del relato, pues nunca había leído respecto al príncipe de Valaquia Vlad Tepes, mismo que fue la inspiración del escritor Bram Stoker para la creación del personaje ficticio el Conde Drácula. Para conocer muy brevemente su historia, les dejo este enlace.
Sin más introducción, les comparto el relato del escritor Borja Jimenez Arroyo:
Emboscada al demonio
de
Valaquia
El príncipe Vlad no está muerto o, al menos, no murió ese día tal y
como se cuenta. Es cierto que su
cabeza fue cortada tras la batalla y llevada a Constantinopla pero, aunque nunca he llegado a entender bien cómo, aquel diablo
logró escapar con vida dando lugar al suceso más extraño que
he presenciado
en mi vida.
Habiéndose convertido Vlad en un asunto muy molesto para el sultán, muchos fuimos los que
nos involucramos en la nueva invasión
de Valaquia con el fin de hacernos con su cabeza y llenar, de
paso, nuestras bolsas con oro. Cuando el ascenso al poder de Basarab Laiota era inminente, vimos
la oportunidad de abatir al príncipe valaco y, aunque fue
complicado encontrar hombres dentro del ejército otomano debido al miedo que muchos sentían con solo escuchar hablar de Vlad Dracul, finalmente, con mucho esfuerzo, se juntaron alrededor
de trescientas almas entre
las que me encontraba presente.
Unos días más tarde, se preparó una emboscada y el príncipe valaco se vio rodeado por nuestros
hombres sin percatarse.
Antes de que diese comienzo la batalla me encontraba oculto entre la
vegetación y
pude contemplar, con todo lujo de detalles, al hombre que sin duda más temía. En
aquella época era
poco más que un muchacho y el afán de riqueza y gloria era superior al
miedo que sentía por aquel hombre, demonio o lo que se suponga que sea. La visión del valaco escoltado por
su numerosa escolta moldava, fue imponente. Aquellos
individuos eran guerreros
fuertes y contaban
con
una amplia experiencia en combate,
acostumbrados
a luchar contra un
enemigo
que casi siempre les superaba en número. Además, su frialdad y crueldad era legendaria, pues eran célebres
por hacer realidad sin dudar ni rechistar, todas las atrocidades propias del modo de administrar justicia de
su señor.
Apenas unos segundos antes de que
se desatase el caos, admito que
dudé si dar media vuelta y escapar, más aun cuando el príncipe valaco examinó, sin verme,
la vegetación en la que me encontraba oculto. Puedo asegurar casi con total certeza, que el príncipe no reparó en mi presencia, aunque
por unos instantes me
miró fijamente y, mostrando una especie
de sexto sentido o habilidad premonitoria sobrenatural, llevó por
instinto
su mano a
la espada mientras dirigía las riendas de su caballo
con desgana.
Admito que se me heló el alma cuando, por unos instantes, mis ojos y
los
suyos se encontraron de manera fortuita. Fue como mirar cara a cara al mismísimo demonio y solo en ese momento caí en la cuenta de que era
tan insignificante en su perspectiva, que sus ojos me miraban sin llegar a verme,
aunque tal vez aquello
fuese fruto del
azar.
Los
ojos
grandes
y grises del
príncipe, eran acompañados por
unas pobladas cejas negras que le
daban un aspecto amenazador y, la
suma de los rasgos en su conjunto, formaban una expresión que encogía el corazón y te paralizaba. A pesar de las infinitas historias en circulación, puedo asegurar que no era
un hombre demasiado alto y, aunque su proporción era delgada, sus hombros eran anchos y, en general, poseía
una musculatura bien definida.
Lo siguiente que recuerdo fue un sonido grave y estridente que nos indicó a todos el inicio de la
contienda. Se esperaba de nosotros
que nos abalanzáramos a toda velocidad sobre nuestro enemigo y lo aniquilásemos sin contemplaciones aprovechando el
factor
sorpresa. Aun
así,
a pesar
de
tener la idea clara en mí cabeza, mis pies se negaron a avanzar y
no pude evitar quedar clavado en el sitio.
Aquella no fue mi primera batalla, pero reconozco que fui incapaz de eludir la
parálisis que me invadió
al verme encarado contra un enemigo sobrenatural.
Admito que no me avergüenzo al recordar como en los primeros momentos del combate, me
mantuve oculto tras la
vegetación, sin
saber muy
bien que hacer. Pero cuando acude a mi mente aquel bochornoso instante, recuerdo la
bravura con la que luché después y doy las gracias a Dios por librarme de lo que ocurrió
a continuación. Si no hubiese permanecido oculto y el valor se
hubiese apoderado de
mí del mismo
modo que del veterano que tenía justo al lado, en este preciso momento sería incapaz de narraros esta
historia, pues no sería
más que un cadáver.
Junto con buena parte del reducido ejército, mi compañero de armas inició una carrera
entre gritos y
maldiciones ante la sorpresa de la guardia moldava, que en aquel instante hizo gala de su aspecto
más
humano y se mostró confundida. Sin embargo, aquello no fue más que un espejismo, pues la
profunda veteranía de las tropas de élite del príncipe pronto salió a relucir y, como solo efectuamos el
ataque por uno de los flancos, juntaron los
costados de sus monturas
lo mejor
que pudieron con la
intención de trazar una línea y
aguantar nuestra
carga. Mi compañero de armas mostró tal ímpetu en
su carrera que cuando llegó a la altura del primer valaco este apenas había tenido tiempo de moverse. Pero, sin duda, el valaco reaccionó bien y
cuando la cimitarra estuvo a punto de alcanzarle por
el costado, dio un
tirón a las riendas de su caballo y, tras encabritarlo, lo hizo
girar noventa
grados sobre
las patas traseras. La
determinación de
mi compañero de armas jugó entonces en su contra y antes de darse cuenta de la estratagema del jinete, se encontraba bajo los cascos del equino,
el
cual demostró porque era
un caballo de guerra y con una furia desmedida, le propinó tal golpe en la sien con una de las patas delanteras que su casco se arrugó como si fuese pergamino y
cayó fulminado
para no volverse a levantar jamás.
Aquella imagen podía haber significado el detonante en mi debate interno, pero en lugar de dar
media vuelta y huir, inicié mi carrera hacia las líneas enemigas donde ya se intercambiaban los
primeros golpes. A menudo pienso en el motivo que me llevó a emprender semejante acción y
siempre encuentro la respuesta en la indumentaria del,
por entonces, príncipe
de Valaquia.
Aunque se encontraba armado, no cabalgaba con una indumentaria propia para el combate. Al permanecer oculto entre la vegetación, unos instantes más que el resto, pude apreciar, con todo lujo de detalles,
el movimiento en la formación enemiga y reparé en que el príncipe no
poseía yelmo o la
armadura pesada tan habitual en los caballeros europeos de la época. Además, a su lado cabalgaba
una mujer que bien podía ser de alta cuna o una de
sus meretrices. Nadie, salvo un loco, tendría la
gallardía de ir a la guerra sin armadura o acompañado de una mujer y de inmediato razoné que era
obvio que el príncipe no pensaba luchar ese día.
Aquello me proporcionó el valor necesario para
abalanzarme contra el enemigo pues en mi juicio se instaló la
idea errónea de que habíamos logrado
engañar al demonio.
Pronto comprendí que
el
maligno puede adoptar multitud de
formas, pues no lo encontramos en el lugar en el que
todos esperábamos. Tras la
batalla me resultó evidente
que al maligno no se le puede
engañar y desde el principio estaba
al corriente de nuestra presencia e intenciones.
Por entonces, todos los presentes nos encontrábamos trabados en combate y
los
pensamientos se esfumaron dejando
paso al horror propio
de
las batallas a gran escala.
Golpes, gritos y maldiciones alcanzaron proporciones ensordecedoras. Aún tengo que recurrir al
alcohol para silenciar los sonidos de aquel momento en el que la sangre, la muerte y
los mandobles estaban a
la orden del día. Debo admitir que, aunque nos habíamos beneficiado del factor sorpresa y
casi doblábamos en número a nuestro rival, este gozaba de mejor equipamiento y peleaba con una furia nunca antes vista por ninguno de los presentes.
Aun así, dadas las circunstancias, cualquier militar con una ínfima preparación, hubiese apostado sin dudar por nuestra victoria tan solo unos
minutos antes de iniciarse la contienda, pero lo cierto es que en aquel momento la batalla se encontraba trabada y
ninguno de los bandos se mostraba capaz de desequilibrar la balanza y alzarse
con la gloria.
Pero el príncipe valaco, además de cruel, era listo como un zorro y no estaba dispuesto a sacrificar a
sus mejores hombres en una escaramuza
contra unos guerreros carentes de valor
que,
con gran fortuna, habían logrado sorprenderle. Por
ello no dudó en transmitir desde la retaguardia
la orden de retirada y todos y cada uno de los hombres que componían la guardia moldava aprovecharon la mayor movilidad de sus monturas para iniciar una retirada magistral en dirección contraria al
conflicto.
Cuando la mayor parte de los caballos lograron romper el enfrentamiento directo, me disponía
a entablar combate contra un guerrero alto y
musculado que quedó rezagado tras perder el caballo en un enfrentamiento anterior contra dos compañeros de armas a los que logró abatir. Tras un efímero intercambio
de
estocadas, reparé en que mi rival se
llevaba
la mano
al costado,
donde
se
manifestaba una herida de muy mal aspecto. Sorprendido por las dimensiones de semejante corte,
juzgue de inmediato que si aquel pobre diablo sobrevivía a la jornada, tendría serios problemas para
mantenerse con vida. Sin embargo, no hubo tal problema, pues haciendo gala de la caridad cristiana
de la que tanto presumen los
heréticos
seguidores de Cristo,
cercené su vida a golpe
de cimitarra.
Tras la caída de mi rival alcé el rostro y solo entonces fui plenamente consciente de cómo el
enemigo escapaba sin que pudiéramos evitarlo. De inmediato, iniciamos la persecución a pie,
aunque en poco tiempo el aumento de la distancia con respecto al enemigo se hizo más que
evidente. Aun así ninguno de los guerreros desistió y todos
redoblamos esfuerzos cuando un sonido estridente nos hizo
saber que, en
aquel instante,
se iniciaba la segunda parte del
plan.
Para mayor impotencia de los valacos, un grupo más reducido que el que les perseguía apareció de la nada y tras recibirles con un aluvión de armas arrojadizas, se abalanzaron contra ellos cortando cualquier posibilidad de retirada.
La guardia moldava no se intimidó y, antes de que la pinza se cerrase en torno a ellos, formaron una media luna defensiva alrededor de un pequeño montículo desde donde el príncipe distribuía las órdenes a gritos. Fue entonces cuando contemplé a su acompañante en todo su esplendor. Se trataba de una mujer joven cuyo delicado vestido negro contrastaba con la piel nívea que cubría sus huesos. La dama se mostraba impasible a lomos de un caballo color carbón y observaba el transcurso natural de los acontecimientos desde la privilegiada elevación, protegida en todo momento por un miembro de la pareja de escoltas que siempre acompañaba al príncipe.
Resultaba escalofriante la pasividad con la que recibía la dramática situación que tomaba forma ante sus ojos y, para acrecentar la confusión que por entonces me invadía, la dama desmontó y desenfundó una espada que, hasta el momento, había permanecido oculta gracias a la capa que le caía desde los hombros.
Cuando los combates se reanudaron,
Vlad recorría al galope la media luna defensiva que a duras
penas sus hombres lograban mantener en la parte baja del montículo. Sencillamente éramos
demasiados y solo era cuestión de tiempo que la férrea resistencia se quebrase y lográsemos llegar hasta él. Antes de regresar junto a la dama y sus dos escoltas de mayor confianza, el príncipe
decapitó a un descuidado lancero
que se mostraba desorientado
tras recibir un golpe en la cabeza.
Aquel fue el primer guerrero que logró traspasar la línea
defensiva, aunque sin duda
no sería
el último. Vlad abandonó su montura de un salto cuando esta alcanzó su destino y
dio indicaciones a sus dos últimos hombres fuera de sí. La idea era que estos lograsen hallar un hueco por el que escapar con la impasible mujer. Pero, al parecer, la dama tenía otros planes y, mientras que el príncipe se hacía entender, ella mostraba la espalda y
estudiaba la batalla con un gesto de desaprobación.
Para cuando el príncipe concluyó su explicación, la línea defensiva de la guardia moldava pasó a la historia y los últimos jinetes se olvidaron de la formación y dedicaron sus esfuerzos a sobrevivir, pues
todos se encontraban rodeados por uno o dos de nuestros hombres en el mejor de los casos. Puedo decir sin miedo a equivocarme que aquellos guerreros fueron el rival más terrible al que
nadie se hubo enfrentado
jamás pues,
hasta cuando
el combate
les
superaba
y la
victoria se mostraba imposible,
continuaban luchando con una furia impropia en un ser humano razonable que, por motivos lógicos, sobrepone su
seguridad
personal a la lealtad a su
señor.
Han pasado años desde aquella batalla pero aun hoy
la actitud de aquellos hombres me atormenta y
ocupa por largas horas mi pensamiento. Quizás no fuesen humanos
normales, o tal vez se encontrasen bajo alguna especie de hechizo o maleficio. En cualquier caso, me cuesta creer que alcanzasen tal nivel de fervor de manera voluntaria y
siempre acabo encontrando en el miedo la
causa más probable para justificar dicha actitud. Teniendo en cuenta el pavor que el príncipe
infundía aun entre su propia gente, es presumible que
sus hombres más valiosos, tras muchos años a
su servicio, le tuviesen más miedo a
él, que a la propia
muerte.
Lo siguiente que
recuerdo me sorprendió más si cabe que
la obstinada resistencia
de la
guardia moldava. Sin tiempo que perder
Vlad giró hacia la dama que le daba la espalda mientras contemplaba
el combate
que
tenía
lugar
ante sus ojos. Cuando
el
príncipe la alcanzó
con la intención de apremiarla a huir, esta hizo algo que nadie esperaba y juro por lo más sagrado que así
fue. Todo lo que voy a contar a partir de aquí se vuelve extraordinario pero, por suerte o por
desgracia, yo estuve
allí y puedo corroborar lo que vi,
por increíble que parezca.
Cuando Vlad tocó la manga de la mujer para que se volviera, esta giró sobre sí misma y apuñaló al príncipe en el vientre, clavando la hoja hasta la empuñadura. De inmediato, el príncipe cayó de rodillas y, en un gesto instintivo se llevó las manos a la empuñadura
mientras que de su
boca surgía
un alarido escalofriante.
Por entonces ya había logrado sortear la casi inexistente línea defensiva y me encontraba muy
cerca
de este hecho, siendo un testigo privilegiado del mismo. Como era
de esperar, la pareja de escoltas
avanzó con decisión hacia la enigmática mujer y
ésta
recibió al que se encontraba más próximo con
una sustancia polvorienta que, estalló en llamas nada más alcanzar su objetivo. El escolta comenzó
a gritar y a bracear mientras que el más grande de los dos, clavó sus pies en el suelo paralizado por
la perspectiva escalofriante
que suponía el hecho de ver
a su compañero de armas siendo devorado
por las llamas. La
dama, sin embargo, no se detuvo ahí y, con la frialdad que
la caracterizaba, se arrodilló frente al príncipe, que por entonces se encontraba más cerca
del
mundo de los muertos que del de los vivos, y acercó sus labios a los de Vlad hasta que apenas hubo una distancia de cuatro
dedos entre sus bocas.
Ambos
las abrieron y de la de la dama surgió un halo azulado e intangible, que
acabó por introducirse en
la del príncipe.
Por entonces nadie movía un músculo y
los allí presentes nos dispusimos a rodear a la pareja, conmocionados por
la expectación que generaba tan
insólito espectáculo. El horror propio de la guerra quedó en un segundo plano y todos
quedamos sumergidos en el más absoluto
silencio, a
excepción
de algún que otro
herido que aullaba
de dolor mientras la vida se le escapaba.
El intercambio entre el voivoda y la ya a todas luces bruja no duró más de unos segundos, aunque a
mí me
pareció toda una
vida. Una vez concluido el extraño ritual, el escolta superviviente reaccionó
y se
llevó en volandas al príncipe hasta su caballo, donde se estremeció rabiando
a causa de la herida
mortal. Nadie se atrevió a tocar al príncipe maldito o a la bruja ante la visión aterradora que para
todos había supuesto aquel hecho inexplicable. La calma fue aprovechada por el gigantesco escolta
que no dudó en huir sin oposición, embistiendo con el caballo al único guerrero
que se interpuso en su camino. El paso
del tiempo hizo que en un pequeño
lapso, algunos recobrásemos la
compostura y comenzáramos a mirarnos sin saber muy bien que hacer. Contra todo pronóstico,
habíamos logrado tender una emboscada al mismísimo diablo y, sin embargo, habíamos carecido
del
valor suficiente como para abatirlo una vez sus huestes fueron vencidas.
Todos éramos
conscientes de que, con aquella herida, el príncipe no llegaría muy
lejos y algunos comenzaron a
formar partidas con la intención de dar caza al escolta que huía del avispero a uña de caballo. Las tímidas voces iniciales pronto desencadenaron en
un maremágnum repleto de actividad cuando
comprendimos que, sin la cabeza de
Vlad, todo esfuerzo habría sido en vano y nadie obtendría una pizca de oro.
Un nutrido grupo de guerreros debió pensar que la bruja sería una valiosa fuente de información y, aunque la rodearon con la intención de
apresarla, nadie se atrevió a
tocarla. Desde que
concluyeran los sucesos extraños, la acompañante de
Vlad comenzó a emitir unos sonidos inquietantes que,
unidos a la posición acuclillada y
encorvada que pretendía ocultar el rostro bajo una espesa mata de
pelo, lograron causar estragos en
la moral de los guerreros.
Si preguntas, todos lo negarán, pero lo cierto es que en aquel instante el pánico era generalizado y muchos se desentendieron en su afán por atrapar al escolta huido o saquear los cadáveres, aunque en realidad aquello no fuese más que una excusa para alejarse del escenario tanto como les fuera posible.
A continuación reparé en que la bruja carecía de la figura de antaño y la diferencia en el contorno era tan evidente, que todos los presentes se percataron de ello, incluso los más necios. Un hombre de
tez oscura y turbante fue el que mostró más valor y finalmente rompió el círculo avanzando hacía
la bruja con una
cimitarra en la
mano. Su intención era sonsacar cualquier información gracias
a la
presencia del siempre
convincente acero pero, por desgracia, el destino tenía para él otros
planes y cuando quiso agarrar a la bruja por el brazo, ésta se levantó haciendo gala de una velocidad sobrehumana y agarró por el cuello al guerrero de Alá, elevándolo por los aires sin apenas esfuerzo,
como si fuese una pieza ligera y volátil.
La multitud exclamó sorprendida y retrocedió aterrada por el vuelco repentino de las circunstancias. Allí donde antes se encontraba la bruja ahora se encontraba
Vlad, portando el vestido de la primera,
el
cual, había reventado en los puntos donde el tejido no había
podido soportar la presión del nuevo
cuerpo,
más
grande y vigoroso.
Mientras el guerrero pataleaba en el aire con el rictus desencajado,
los presentes nos preguntamos cómo aquel suceso era posible. En un último intento por preservar su vida, el combatiente intentó asestar un tajo a su enemigo, pero éste capturó
el arma por la empuñadura y
se la
arrebató sin
esfuerzo. Fue entonces cuando todos reparamos en que la bruja, que había adoptado la apariencia del príncipe, no cumplía con el patrón habitual de las encantadoras que pretenden aterrar a los que
le rodean con una
sucesión de burdas artes
nigrománticas.
Sus facciones
se habían transformado, dando a la anterior apariencia
del
príncipe un aspecto más fiero y animal, como si el demonio de
Valaquia hubiese decidido adoptar su auténtica forma al
percibir su inminente
desgracia.
Pero la criatura parecía ajena a nuestro desconcierto y, tras abrir la
boca y mostrar una dentadura con unos colmillos similares a los de un can, encogió el brazo y
los clavó en el cuello de
su víctima que apenas tuvo tiempo de suplicar. En unos pocos segundos la
voz del hombre se transformó en un susurro inaudible y su rostro perdió el color hasta alcanzar la palidez total. Alguien dejó escapar entonces unos versos del Corán a modo de plegaria y cuando la bestia se cansó, apartó su boca rebosante
de líquido carmesí del cuello de la víctima y arrojó su cuerpo al
suelo
como si de un trapo mugriento se tratase.
Desde ese momento entendí que teníamos ante nosotros al mismísimo demonio, que había decidido
adoptar la apariencia del príncipe para manifestarse. Sus ojos eran pozos negros y de su boca
manaba una emulsión de sangre
que dejaba ver una dentadura afilada, impropia en un hombre
corriente. Sin ver colmada su furia y
sed
de sangre el demonio corrió en línea recta y, con un movimiento ascendente golpeó con el filo de la cimitarra la barbilla del soldado nubio
que tenía justo al
lado, partiendo su cráneo en
dos.
La espantosa visión me hizo comprender al momento que yo era el siguiente y debía reaccionar de
inmediato si quería albergar alguna posibilidad de volver a ver la luz del Sol. Fue ese pensamiento
el
que me salvó la vida cuando el demonio se fijó en mí y
lanzó un tajo circular que a punto estuvo de
cercenarme la cabeza. Tras una sucesión de pasos torpes hacia un lado, traté de contraatacar sin éxito, pues mi rival detuvo mi golpe con pasmosa facilidad. Como era
de esperar, la criatura no se detuvo ahí y efectuó un nuevo movimiento que pude esquivar de milagro, más por fortuna que por habilidad. Decidida a acabar con mi vida de una vez por todas,
la criatura gruñó y ejecutó un golpe
descendente
repleto de rabia
que
pude desviar
cruzando
mi
cimitarra mientras
sostenía
la empuñadura con ambas manos. A pesar de efectuar la cuchillada con un solo brazo, el impacto fue
tan potente que mi acero salió disparado y se clavó en el suelo, dejándome a merced de la bestia.
Fue
entonces cuando otros guerreros por fin reaccionaron y solo eso me salvó. Ante la acometida de varios aliados la criatura juzgó que
carecía del tiempo necesario para
ejecutarme y me despachó con
una certera patada frontal que me dejó
fuera de combate tras quebrarme
varias costillas.
Poco más puedo contar a partir de entonces, pues anduve
reptando semiinconsciente mientras la bestia destrozaba
a varios hombres. Desconozco
que ocurrió a
continuación pero, según me contaron los compañeros de armas que me auxiliaron, la abrumadora superioridad numérica acabó
con la bestia, que fue abatida con
muchas dificultades.
Esa misma noche se acordó zanjar
el asunto del modo
que todos conocemos y la cabeza del príncipe fue llevada ante el sultán y arrojada frente a las murallas de la antigua Constantinopla. Sin embargo, te confirmo que aquello fue una
ilusión y, a cambio de
nuestro silencio, pudimos repartirnos
de buena gana la generosa
recompensa
del
sultán. Ninguna de las partidas encontró al escolta que se llevó al verdadero príncipe y no conozco a nadie que haya vuelto a verlo o a saber siquiera de su existencia. Es cierto que la cabeza del príncipe se entregó a sus enemigos tal y
como se prometió,
pero aquella no era la verdadera y
todo formaba parte de un engaño para llenar nuestras bolsas de oro.
No puedo asegurarlo de ninguna manera pero algo dentro de mí me dice que Vlad Dracul sigue
vivo a pesar de la herida mortal que la bruja le causó. Estoy seguro de que la estocada que la bruja le propinó esconde algo que se me escapa
¿Por qué sino sacrificó
su vida después?
En cualquier caso, creo que Vlad sigue entre nosotros, aguardando el momento preciso para volver a hacerse con el poder y atormentarnos. Si eres inteligente, te conviene
no molestarlo y
dejarlo
tranquilo donde quiera que esté.
Borja Jiménez Arroyo es un escritor español que está próximo a publicar su primer libro, "El Pequeño Cavaliere".
Le agradezco infinitamente que me haya compartido este relato, y estaré atenta a sus publicaciones.
Pueden encontrar información en su sitio web, así como algunas reflexiones que ha publicado, les dejo el enlace aquí.
Si desean contactarlo, pueden hacerlo a través de su página de Facebook.
Hola, Patricia, buenas tardes. He entrado en tu blog por recomendación de Borja Jiménez Arroyo, escritor novel al que sigo en Facebook y con el que he hecho una amistad sincera. Yo también escribo por puro placer de escribir desde hace algo más de veinte años. Leí hace unos meses el relato de Borja que terminas de publicar, y me gustó mucho su forma de relatar. Me introduje en las escenas sin ningún esfuerzo y estoy seguro que nos deleitará en su ópera Prima "El Pequeño Cavaliere".
ResponderBorrarEn cuanto a tu colaboración con los escritores noveles a través de tu blog, me parece fantástica porque nos ayudas a difundir nuestras obras.
Son seis la novelas que tengo escritas además de un cuento corto. Si crees que puedes estar interesada en cualquiera de ellos, puedes entrar en mi Web: https;//pacocaseroviana.com donde podrás leer los dos primeros capítulos de todas mis novelas. Agradecería, si te apetece, que los contactos iniciales se realizasen vía Messenger.
Hola, Francisco, justo acabo de abrir una nueva sección exclusiva para los escritores con obras publicadas, puedes leer las bases aquí: http://unalectoraerratica.blogspot.com/2018/08/iniciativa-escritores-autopublicados.html
Borrar¡Y claro que checaré tu trabajo!